viernes, 20 de marzo de 2009

Carolina Botella Dorta nacida en Santa Cruz de Tenerife

Carolina Botella Dorta nacida en Santa Cruz de Tenerife, ha vivido la mayor parte de su vida en esta ciudad. Cursó sus estudios de medicina en la Universidad de La Laguna (1980-86). Cuando aprobó el MIR sacó uno de los últimos puestos. En esos momentos no tenía ni idea de qué es lo que le interesaba (de hecho tampoco escogió la carrera de medicina por una vocación especial). Su ideal de médico eran los internistas que había conocido durante el rotatorio y le pareció que la medicina de familia debía de ser algo así pero en el campo extrahospitalario. De todas maneras, a la hora de hacer la elección lo que más le interesaba era quedarse en su isla de origen.

Los tres años de residente no los recuerda ni con especial cariño ni con especial aversión. Echando la mirada atrás se da cuenta que el tutor que le asignaron para el tercer año era un auténtico desastre y que no estaba en absoluto capacitado para esa labor. De todas maneras era una época en la que la medicina de familia estaba buscando su propia identidad. Tuvo la suerte de que los MIR de medicina de familia de tercer año que había cuando ella era R1 fueran unas personas muy emprendedoras y compartió con ellos emocionantes momentos. De hecho fueron esos compañeros quienes crearon la Sociedad Canaria de Medicina Familiar y Comunitaria y quienes impulsaron los primeros congresos. Siempre recordará con cariño las reuniones de la Junta Directiva de esta Sociedad, de la que formó parte como vocal de residentes. Varios de estos compañeros han desempeñado y siguen desempeñando puestos de importancia, tanto a nivel nacional como en la comunidad autónoma.

Al día siguiente de acabar la especialidad se incorporó al C.S. de Taco, en donde estuvo unos dos años. Por aquel entonces le comenzó a interesar la entrevista clínica. Las ganas de cambiar un poco y de conocer otras realidades le hicieron dejar las islas y darse un salto a la península. Llegó a Barcelona en el 92, el año de las olimpiadas. Allí estuvo también unos dos años. La mitad del tiempo trabajó en un área rural (Villafranca del Penedés), con auténticos payeses a los que les costaba bastante expresarse en castellano. Sin embargo, no tuvo muchas dificultades para entender el idioma, pues su bachillerato había sido en un colegio de monjas en el que se estudiaba francés. El tiempo dedicado a Villafranca, en los pueblos de Olesa de Bonesvalls y L’Ordal, se encuentra entre sus mejores recuerdos. La gente era muy amable y eso de tener una médico canaria les hacía mucha gracia. El otro año lo trabajó en un polígono con mucha población inmigrante de origen andaluz y en el que había enormes problemas sociales. Piensa que irse a Barcelona fue un acierto, aunque no siempre las cosas fueron fáciles. La añoranza de la tierra y otros motivos personales, le hicieron plantearse la vuelta a Tenerife. Allí recaló en el C. S. de Tacoronte, en donde por primera vez fue tutora de residentes. Tras otros dos años, una carambola de contratos la llevó más al norte, al C. S. de La Vera, en donde estuvo siete años y medio y siguió siendo tutora. Antes de incorporarse a su nuevo destino comenzó un curso de cuidados paliativos, el cual le abrió definitivamente las puertas hacia el “lado humano de la medicina” y le ayudó a iniciar el recorrido de ese largo camino que es el encontrar tu sitio en tu profesión y hasta en tu propia vida. La estancia en La Vera estuvo llena de satisfacciones y allí pudo experimentar lo que es “tener un cupo propio”. Se encuentra muy orgullosa de lo que allí llevó a cabo. Fue el momento y el lugar ideal para poder plasmar en la práctica diaria todas sus inquietudes y sus nuevos conocimientos. A la vuelta de las vacaciones del 2002 se encontró con que su plaza la habían ocupado por un traslado. Tras cuatro meses voluntarios de paro-vacaciones, se encuentra trabajando en el C. S. La Laguna-Mercedes, donde ya lleva un año. No sabe si va a seguir en este centro o si, al aprobar las famosas oposiciones, se tendrá que ir a otro lugar. De todas maneras, es un tema que no le preocupa demasiado. Piensa que los cambios son algo positivo en general. Ahora su nuevo reto, aparte de su trabajo, es acabar la carrera de enfermería, que comenzó hace dos años. Cuando le dicen que eso es una cosa muy rara, que lo del enfermero que estudia medicina si lo habían visto pero no lo contrario, ella contesta que las dos carreras se complementan, que los médicos sabemos bien poco de las técnicas de enfermería y las pocas que sabemos muchas veces las realizamos incorrectamente y que, aunque está siendo duro, no se arrepiente. Cuando comenzó a realizar las prácticas de enfermería en el hospital donde también hizo la residencia de medicina de familia, se dieron muchas situaciones graciosas, ya que varios de los médicos de ese hospital fueron compañeros suyos de facultad o de residencia y claro, que te vean de repente con el uniforme blanco y llevando una bandeja de comida a un enfermo o haciendo camas o bañando a un paciente, no es lo que esperan, y siempre le dicen: ¿pero muchacha, qué haces tú aquí? El reencuentro con estos compañeros y con las enfermeras y las auxiliares con las que compartió sus años de residencia, ha sido una de tantas cosas positivas de esta nueva aventura.

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